9 de mayo de 2022

¿Como la neurociencia puede aportar a la educación?

Introducción

 

En los últimos 20 años la neurociencia ha tomado un gran protagonismo en las ciencias humanas, particularmente en la educación, gracias a las numerosas investigaciones que aportan cada vez más información sobre cómo funciona y se desarrolla el cerebro. Los diferentes hallazgos científicos en este campo han permitido el surgimiento de la neurociencia educacional, que, vinculando conocimientos de áreas como la neurociencia, la psicología y las ciencias cognitivas permite fundamentar prácticas educativas y contribuir a su desarrollo.

Uno de los campos que ha surgido con fuerza bajo este marco científico es la llamada neuroeducación, bajo la cual se busca aplicar los diferentes aportes científicos de la neurociencia educacional al contexto educativo; esta contextualización y uso de hallazgos científicos es  generalmente llevada a cabo por el docente a través de procesos de investigación-acción participación en aula, potenciando así su práctica pedagógica y el aprendizaje de sus estudiantes.  

Es importante clarificar que ni la neurociencia educacional ni la neuroeducación aportan una “receta” para el mejorar aprendizaje o la enseñanza, pero si provee ingredientes primordiales para que cada agente educativo pueda construir la suya propia, respondiendo a los intereses y las necesidades de su contexto.

 

De la investigación científica a la estrategia pedagógica

Las investigaciones recientes en el campo de la neurociencia educacional aportan conocimientos sobre los procesos de aprendizaje, de enseñanza y de desarrollo humano; algunos de estos se enmarcan en el campo de la biología, como por ejemplo la plasticidad cerebral, mientras otros lo hacen en el campo de la cognición, como los hallazgos sobre el impacto de las emociones en la memoria o la atención.

Neurociencia, biología y el aula

Las investigaciones en biología, como se mencionó anteriormente, han demostrado que el cerebro cambia constantemente en relación a su número de neuronas y conexiones entre ellas, al punto en él que podría decirse que cada día nos acostamos con un cerebro diferente al que teníamos cuando nos levantamos, pero lo que en realidad influye en el aprendizaje no es la cantidad de conexiones sino más bien la optimización de algunas de ellas. Este hallazgo, conocido como plasticidad cerebral, impacta la práctica pedagógica en la medida que abre una ventana sobre las creencias de los agentes educativos entorno al cerebro, pues implica que no hay un límite de edad para aprender, como comúnmente se cree (Maguire et al., 2000; Maguire, Frackowiak, & Frith, 1997), e invita a la reflexión sobre la estructura misma del sistema educativo en torno a su organización y sus estrategias relacionadas con la edad de los aprendices.

Otro ejemplo de conocimiento científico proveniente del campo de la biología que puede aplicarse al contexto educativo es el neurodesarrollo, es decir, los cambios que ocurren en el sistema nervioso a lo largo de la vida (Lenroot & Giedd, 2006), y nos permite entender que hay un sentido de desarrollo natural que explica comportamientos y conductas que van apareciendo gradualmente siguiendo un proceso de maduración cerebral. El conocimiento de esta característica de la biología humana brinda un marco bajo el cual los agentes educativos pueden orientar sus estrategias pedagógicas de manera más pertinente con el desarrollo del órgano vital del aprendizaje: el cerebro, y así lograr un mayor impacto en sus estudiantes.

La aplicación de este tipo de hallazgos complementado a teorías de desarrollo del campo de la pedagogía como las de Zubiria, Piaget o Vygotsky, puede hacerse por ejemplo desde la noción de periodos sensibles (ver ilustración 1), que muestra como diferentes habilidades cognitivas (numéricas, sociales, simbólicas, escucha, etc.) pueden alcanzar un mayor desarrollo, con una adecuada estimulación, en ciertos periodos de la vida de un infante (Nash, 1997).


Ilustración 1: representación gráfica de periodos sensibles de habilidades cognitivas  tomado de https://alfinnextlevel.wordpress.com/2013/08/12/getting-started-early-sensitive-periods-of-childhood-development/

de pronto se puede hacer un gráfico traducido (para evitar problemas de derecho) solo poner la fuente: gráfico desarrollado por Council Early Child Developpement (Nash, 1997; Early Years Study, 1999, Shankoff, 2000) y traducido por CONACED

Un ejemplo de esto puede ser la estimulación de la habilidad fonética del lenguaje. El cerebro humano nace “internacional”, es decir que es capaz de escuchar y diferenciar todos los sonidos de todos los idiomas, sin embargo esta habilidad se va perdiendo con la especialización neuronal a los sonidos del idioma materno. El conocimiento de este aspecto biológico por parte de los agentes educativos debería fomentar programas para la estimulación temprana de los bebes mediante su exposición a los fonemas de otros idiomas, de manera que cuando crezcan tengan mayores facilidades para hablarlos; igualmente haría más pertinente el diseño de dichos programas por ejemplo mediante el  involucramiento de docentes nativos, pues esta estimulación no se puede hacer de manera virtual (videos, audios) ya que se demostró que para los bebes, el contexto social es clave para el desarrollo del lenguaje (Hoff, 2006).

Por otro lado, se puede retomar la existencia de periodos de desarrollo cerebral sensible en la adolescencia para la memoria de trabajo (Fuhrmann, Knoll, & Blakemore, 2015), o memoria de corto plazo, que permite guardar informaciones el tiempo suficiente para hacer un cálculo, por ejemplo, recordar la clave dinámica del banco o recordar el inicio de una oración para poder concluirla con coherencia.

La memoria de trabajo se puede entrenar, teniendo un impacto positivo sobre otras habilidades cognitivas (Klingberg, 2010), a través de actividades como videojuegos que obligan recordar secuencias de números o palabras en algún orden, estrategias de lectura activa a partir de la pregunta o la teatralización de lo que se lee. Los docentes pueden potenciar al máximo la memoria de trabajo estimulándola en el periodo donde es más sensible, la adolescencia (Peverill, McLaughlin, Finn, & Sheridan, 2016).

Neurociencia, procesos cognitivos y el aula

Un aspecto de gran relevancia que a menudo se olvida en el aula son las emociones, primordiales para el aprendizaje, pues la neurociencia ha demostrado que a mayor intensidad emocional mayor es el aprendizaje (Cozolino, 2013). Muchos habrán olvidado las fórmulas de Tales o el nombre de la capital de Puerto Rico, pero todos tienen algún profesor que recuerdan, ¿por qué lo recuerdan ahora? Muchas veces la respuesta se centra en el recuerdo de una experiencia divertida o por el contrario, algo traumático.

Los hallazgos de la neurociencia educacional en el campo de la cognición demuestran que las emociones de miedo y placer favorecen el aprendizaje; la primera favorece la activación del sistema límbico simpático que prepara el cuerpo a pelear o huir, está asociado al estrés y la ansiedad, y facilita el aprendizaje pero genera consecuencias negativas en el largo plazo debido al estrés. Por el contrario, cuando se genera interés o gusto hacia el aprendizaje, se activa el sistema límbico parasimpático asociado con el reposo, el bien estar, la mejor preparación de las habilidades cognitivas y la creación de nuevas conexiones y nuevas neuronas (Boyatzis & McKee, 2011).

Estos hallazgos brindan una base científica para fortalecer procesos de enseñanza centrados en la motivación, contexto e interés de los aprendices, como el aprendizaje basado en problemas y proyectos; además invita a superar el tradicional uso del miedo como emoción dinamizadora del aprendizaje, basado en la evitación del castigo “la letra con la sangre entra”: la nota mala, la pérdida de tiempo de recreo, etc.

Además, cuando hablamos de desarrollo integral, se vuelve necesario repensar el lugar de las emociones y su parte integrante en los procesos tanto de aprendizaje como de enseñanza, mucho más si ya sabemos que tenemos neuronas espejos que trasmiten en milisegundos nuestras emociones a los demás (LeDoux, 2003), como probablemente ocurrirá al mirar una foto como la siguiente:




Ilustración 2: Risa de bebe. imagen del public domain. tomado de https://pxhere.com/es/photo/809579 el 14/10/2017

Entonces se debe buscar la manera de aprovechar este vínculo natural para favorecer un ambiente que facilite el aprendizaje (Cozolino, 2013), es decir si el docente disfruta de su intervención pedagógica, aumentará las probabilidades de que los estudiantes también lo hagan debido a este fenómeno de las neuronas espejo, y por ende mejore el aprendizaje.

 

Conclusión

 

La neurociencia educacional permite repensar e investigar el acto pedagógico para generar procesos de enseñanza y de aprendizaje enfocados y fundamentados; la neuroeducación, como  su campo de aplicación, invita al docente a usar los hallazgos científicos en contexto a partir de procesos de investigación acción en su aula, lo que implica un cambio de paradigma educativo, pues al contrario de muchas teorías pedagógicas, no entrega una receta, sino que cada docente se convierte en el arquitecto de su propio proceso de enseñanza construido sobre sólidas bases científicas.

Sin embargo, también genera riesgos en la medida que se hacen especulaciones o generalizaciones con los hallazgos científicos, dando origen a los llamados “neuromitos” cada vez más frecuentes en la educación. Muchas empresas o coach aprovechan el encanto seductor del cerebro para hacer negocios. En efecto, Weisberg, Keil, Goodstein, Rawson, & Gray, (2007) evidenciaron que la gente tiende en creer más en hallazgos científicos si se incluyen imágenes de cerebros al ser presentadas que si no lo hacen. Al mismo tiempo, los medios de comunicación son muy buenos para especular o generalizar resultados de reportes investigativos con tal de generar más vistas, esta situación puede ilustrarse con el titular aparecido en un periódico de circulación nacional en Colombia “el sexo mejora la inteligencia”[1], el cual generaliza sin evidencia una investigación de Glasper & Gould, (2013) quienes evidencian diferencias de desarrollo cerebral entre ratones que están solos y ratones acompañados, es decir que pueden concluir una interacciones sociales permite un mejor desarrollo cerebral en ratones; este articulo asocia y concluye sin evidencia que el desarrollo de ratones es equivalente al del ser humano, que las interacciones sociales son todas de carácter sexual, y además que la cantidad de conexiones es sinónimo de inteligencia.

Por eso, se invita al lector tener una visión crítica sobre la divulgación científica en torno a todo lo que es “NEURO-cosas” y tratar de buscar las fuentes de dichas informaciones.

 Por Kevin Valentin (2017)

Referencias

 

Boyatzis, R., & McKee, A. (2011). Neuroscience and leadership: The promise of insights. Ivey Business Journal, 75(1), 1–3.

Cozolino, L. J. (2013). The social neuroscience of education: optimizing attachment and learning in the classroom. New York; London: W.W. Norton.

El Espectador (15 de enero 2015). El sexo mejora la inteligencia, según estudio. tomado el 14/10/2017 de https://www.elespectador.com/noticias/salud/el-sexo-mejora-inteligencia-segun-estudio-articulo-468756.

Ferjan Ramírez, N., Ramírez, R. R., Clarke, M., Taulu, S., & Kuhl, P. K. (2016). Speech discrimination in 11-month-old bilingual and monolingual infants: a magnetoencephalography study. Developmental Science.

Fuhrmann, D., Knoll, L. J., & Blakemore, S.-J. (2015). Adolescence as a Sensitive Period of Brain Development. Trends in Cognitive Sciences, 19(10), 558-566.

Glasper, E. R., & Gould, E. (2013). Sexual experience restores age-related decline in adult neurogenesis and hippocampal function. Hippocampus, 23(4), 303-312.

Hoff, E. (2006). How social contexts support and shape language development. Developmental Review, 26(1), 55-88.

Klingberg, T. (2010). Training and plasticity of working memory. Trends in Cognitive Sciences, 14(7), 317-324.

LeDoux, J. (2003). Synaptic self: how our brains become who we are. New York: Penguin Books.

Lenroot, R. K., & Giedd, J. N. (2006). Brain development in children and adolescents: Insights from anatomical magnetic resonance imaging. Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 30(6), 718-729.

Maguire, E. A., Frackowiak, R. S. J., & Frith, C. D. (1997). Recalling Routes around London: Activation of the Right Hippocampus in Taxi Drivers. The Journal of Neuroscience, 17(18), 7103-7110.

Maguire, E. A., Gadian, D. G., Johnsrude, I. S., Good, C. D., Ashburner, J., Frackowiak, R. S. J., & Frith, C. D. (2000). Navigation-related structural change in the hippocampi of taxi drivers. Proceedings of the National Academy of Sciences, 97(8), 4398-4403.

Nash, J. M. (1997). Fertile minds. Time, 149(5), 49–56.

Peverill, M., McLaughlin, K. A., Finn, A. S., & Sheridan, M. A. (2016). Working memory filtering continues to develop into late adolescence. Developmental Cognitive Neuroscience, 18, 78-88.

Weisberg, D. S., Keil, F. C., Goodstein, J., Rawson, E., & Gray, J. R. (2007). The Seductive Allure of Neuroscience Explanations. Journal of Cognitive Neuroscience, 20(3), 470-477.

 

 



[1] El Espectador (15 de enero 2015). El sexo mejora la inteligencia, según estudio. tomado el 14/10/2017 de https://www.elespectador.com/noticias/salud/el-sexo-mejora-inteligencia-segun-estudio-articulo-468756

No hay comentarios.:

Publicar un comentario